Una de las conversaciones estrella de las últimas semanas en cuanto a televisión se refiere ha sido la carrera hacia los Premios Emmy. Tras mucho especular y desear que nuestros favoritos tengan el reconocimiento merecido, será el próximo jueves 18 de julio cuando Aaron Paul (‘Breaking Bad’) y Kate Mara (‘House of cards’) anuncien los nominados a la 65 edición de los Primetime Emmys. Aunque categorías más populares, como son las interpretativas o aquellas que premian al mejor programa del año en cada formato/género son las que se llevan la mayor parte de la atención, existe ese apartado llamado Creative Arts en el que se premian los aspectos más técnicos y artísticos del medio como la fotografía, la dirección de arte o sonido. Entre estas categorías encontramos los premios relacionados con las bandas sonoras, tanto para la composición de la música en general como la composición del tema principal que suele acompañar a la cabecera; todo esto centrándome en la ficción televisiva, claro; dejo fuera a los programas de variedades y otro tipo de formatos.
Las entregas de premios generan siempre mucha discusión en torno su funcionamiento, al significado, a los olvidos, a las repeticiones o a las injusticias. Uno de los debates habituales gira en torno al hecho de que muchos de los votantes que deciden quién se lleva el Emmy a casa no ven televisión. Todo queda decidido por una mezcla formada por la popularidad, el prestigio y los dos o tres capítulos que el propio equipo de la serie en cuestión haya decidido enviar a los académicos para que realicen sus valoraciones. ¿Se puede valorar el progreso de una serie, el valor de sus guiones o la construcción de personajes tanto a nivel escrito como interpretativo sólo a partir de un episodio? No. No debería, pero permitidme que diga que tiene mucho más sentido y es hasta más aceptable que cuando sucede de la misma forma con las bandas sonoras.
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